OFICIOS VINCULADOS AL RÍO
A lo largo de la historia entorno al río Manzanares se han ido forjando diferentes oficios, actualmente desaparecidos, que han sido clave para el desarrollo social y económico de la Villa.
Lavanderas
La poca profundidad del río Manzanares y la abundancia de pequeñas islas dentro de su cauce fueron el motivo principal por el que las lavanderas utilizaron el río para sus tareas diarias. Este grupo social, a pesar de estar bastante marginado, constituyó un importante sector laboral en Madrid desde finales del siglo XVI hasta comienzos del XX.
Carlos III mandó construir unos lavaderos cubiertos y una acequia que llevara agua limpia a los mismos para evitar aguas contaminadas. En el siglo XIX llegaron a trabajar unas 4.000 lavanderas, aunque este número fue descendiendo progresivamente con la llegada del agua corriente del canal de Isabel II a las casas particulares de los madrileños. Su actividad desaparecería definitivamente en 1926 tras las obras de encauzamiento del río.
Aunque hace mucho tiempo que las lavanderas abandonaron las riberas del Manzanares, las huellas de sus jornadas de trabajo de sol a sol fueron inmortalizadas por un sinnúmero de artistas como Goya o Beruete. Novelistas y poetas como Ignacio Aldecoa, Pío Baroja o Arturo Barea las hicieron protagonistas de sus obras, incluso los pioneros de la fotografía retrataron a estas mujeres que han pasado a formar parte documental de aquella época.
Areneros
La extracción de arenas del río ha sido una práctica recurrente a lo largo del tiempo. Los areneros se introducían en el cauce con sus carros de bueyes o mulos y, una vez completada la carga, trasladaban las arenas para ser usadas como material de construcción. De ahí que la calle Marqués de Urquijo, se llamara originalmente cuesta de los Areneros, ya que por esa calle subían los carros cargados de arena “de miga” procedente de los arenales del Manzanares que se utilizaba en la construcción de los barrios de Argüelles y Salamanca, en plena expansión en el siglo XIX.
Pescadores
La pesca en el río Manzanares empezó a regularse el año 1202, cuando fue sancionado el Fuero de Madrid. Esta norma establecía un periodo de veda en el río, “desde el día de Pascua del Espíritu Santo o Cincuesma hasta San Martín”, al tiempo que marcaba los precios de los distintos pescados (barbo, boga y especies menudas).
El oficio de pescador perduró en la ciudad hasta bien entrado el siglo XX. Así queda patente en una crónica del Manzanares del diario La Libertad en el año 1920:
“Por haber, hay pescadores de red y de caña y hasta de mano, que persiguen a la anguila o al pez travieso o a la suculenta rana. La hora de la pesca, que se inicia al amanecer y termina a la mitad del día, es algo muy curioso y pintoresco, que da honra y relieve al río”.
Hortelanos y molineros
La explotación del río Manzanares con fines agropecuarios se remonta a los orígenes de la propia ciudad, como así atestigua el topónimo de la Cuesta de la Vega, uno de los más antiguos del callejero madrileño. Desde aquí se bajaba a las vegas del río, donde proliferaban las huertas, los sembrados y las praderas.
A finales de la Edad Media había al menos ocho molinos en el tramo madrileño del Manzanares (Frailes, Migascalientes, Arganzuela, Ormiguera, Pangía, Torrecilla, María Aldínez y Mohed).
Barqueros
Hasta que se construyó el Puente de Segovia en el siglo XVI, incluso una vez en pie, cuando se producían roturas en la estructura provocadas por las crecidas, se utilizaba una barca para cruzar el río Manzanares.
En los siglos XVIII y XIX, la navegación fue posible gracias al Real Canal del Manzanares, que comunicaba fluvialmente el Puente de Toledo con la localidad de Vaciamadrid y que forma parte del patrimonio histórico y natural del Parque Lineal del Manzanares. Todavía existen restos que atestiguan que Madrid, un día, quiso ser puerto de mar y, de hecho, conseguiría ser plenamente navegable. Casas, es-clusas, molinos, hornos, puentes y gallipuentes jalonan el curso de un cauce de aguas sacadas del Manzanares, para permitir que los barcos atravesaran los municipios de Usera, Villaverde y Vallecas, Getafe y Rivas Vaciamadrid.
Este modo de transporte fue utilizado principalmente para el transporte de materiales de construcción, en especial yesos.
También hubo barcas en el Manzanares en el siglo XX, pero para uso recreativo valiéndose de aguas embalsadas. Es el caso de la Playa de Madrid (1932) y del embarcadero del Puente de Segovia, que estuvo en funcionamiento hasta los años setenta. Ambos lugares han desaparecido.
Bañeros
La costumbre de bañarse en el Manzanares es muy antigua, aunque no fue hasta el Siglo de Oro cuando quedó inmortalizada con la visión irónica y despiadada de los grandes literatos de la época. Luis Vélez de Guevara llegó a decir que “el río Manzanares se llama río porque se ríe de los que van a bañarse en él no teniendo agua“.
El oficio de los bañeros surgió con posterioridad, probablemente en el siglo XIX. Estaban al frente de unas curiosas instalaciones llamadas baños públicos, que consistían en unos pozos excavados en las márgenes del río que se cubrían con una caseta o barraca de esteras para preservar la intimidad de los bañistas. En el siglo XIX se llegaron a contar hasta diecinueve casas de baños públicos.
Los bañeros se ocupaban de facilitar el baño a todas esas personas que acudían a asearse a las márgenes del río dado que no disponían de agua corriente en su hogar.
ZONAS DE BAÑO
La costumbre de bañarse en el río Manzanares ha estado muy arraigada entre los madrileños hasta los años setenta del siglo XX. Se puede comprobar esta afición al baño en algunos libros escritos en el Siglo de Oro, así como en las siguientes imágenes, que comprenden un largo periodo, desde 1905 hasta 1962, en el que el Manzanares jugó un papel fundamental en la vida de la ciudad, como elemento recreativo y de disfrute.
La mayoría de ellas están localizadas en áreas no urbanizadas, como Puerta de Hierro y El Pardo, que los madrileños elegían en primera instancia por la mayor calidad de las aguas y la existencia de parajes naturales, idóneos para el esparcimiento. Aunque también acudían bañistas a los tramos del río situados en el propio casco urbano.
La piscina de La Isla
En 1931 se inaugura la piscina de La Isla, un conjunto arquitectónico diseñado por Luis Gutiérrez Soto, que tomó como referencia para su diseño el Club Náutico de San Sebastián. Se trataba de un complejo de piscinas de aproximadamente 300 metros de largo por 20 de ancho construido en una isla del río a escasos metros del Puente del Rey.
Su construcción, en el marco del Plan General de Ordenación Urbana de Madrid del año 1930, giraba en torno a la pretensión del Ayuntamiento de integrar el Manzanares en la vida de los madrileños. De titularidad privada y con precios poco asequibles para todos los públicos, la Piscina de La Isla tenía aspecto de buque varado con piscinas a proa y popa y una cubierta en el interior. También contaba con un gimnasio, restaurante, solárium e incluso una sala de fiestas.
Debido al poco caudal que presentaba el río en aquella época, fue necesaria la construcción de varias presas móviles y abatibles, automáticas para llenar el ancho cauce que se extiende desde el extremo de ella hasta el Puente de la Reina Victoria.
Estuvo dando servicio hasta febrero de 1954, cuando fue derribada con motivo de las obras de la segunda canalización del Manzanares.
La playa de Madrid
El 1932 se inauguró la primera playa artificial que se construyó en España. El complejo de la Playa de Madrid contaba con un embalse de 80.000 m³, era de titularidad pública y estaba situado en un tramo del río libre de contaminación dentro de los límites originales del Monte de El Pardo. Era mucho más popular que la Piscina de la Isla por sus precios populares y conocida como “el charco del obrero” por su gran masificación.
Además del embalse, constaba de diferentes instalaciones deportivas y de ocio. Todo ello, presa inclui-da, quedó destruido durante la Guerra Civil (1936-1939).
En el año 1947 fue reconstruida pero terminó abandonándose ante la contaminación del río y el éxito del vecino Parque Sindical.
En la actualidad no hay embalse, el Manzanares discurre libre en esta parte de su recorrido, si bien tiende a remansarse, al toparse con las viejas estructuras de la presa.
El parque sindical
El denominado Parque Sindical, diseñado por Manuel Muñoz Monasterio, se configuró con la voluntad de favorecer el acceso de las clases trabajadoras a las actividades deportivas y fue inaugurado en 1955.
Su diseño emulaba el concepto básico de la Playa de Madrid y así llegó a tener su propio embalse, con una gran isla en el centro. Por esta razón y por la cercanía de ambos complejos, mucha gente identifica erróneamente el Parque Sindical con la Playa de Madrid.
En su momento fue la piscina más grande de España y de Europa con una superficie de 132×80 metros y 1,20 metros de profundidad. Contaba además con una piscina olímpica y una piscina infantil, de 40 centímetros de profundidad que se completaban con amplias zonas de merenderos e instalaciones para la práctica de otros deportes.
Durante más de tres décadas fue uno de los centros de ocio veraniego más importante de la capital alcanzando enorme popularidad en las décadas de 1960 a 1980. Se dice que los fines de semana llegaron a reunirse en sus instalaciones cerca de 30.000 usuarios en fines de semana.
El embalse del Parque Sindical también fue vaciado y su presa reconvertida en puente, a través del cual se accede a las actuales instalaciones del actual Parque Deportivo Puerta de Hierro.
EVOLUCIÓN DE LOS USOS EN LA CUENTA VERTIENTE
Uso cinegético
El Monte de El Pardo, con una superficie de 15.821 hectáreas, es un espacio natural de extraordinario valor, considerado el bosque mediterráneo más importante de la Comunidad de Madrid y uno de los mejor conservados de Europa.
La diversidad de la fauna presente en esta zona es considerable. Con la reconquista del actual territorio madrileño por Alfonso VI, entre 1083 y 1085, se repueblan las laderas de la sierra del Guadarrama lo que supuso que el espacio del Monte de El Pardo fuera motivo de conflictos entre la Villa de Madrid y la presión de Segovia, aunque posiblemente el uso cinegético estaría vinculado a la Corona desde el principio. En 1342 se encuentra la primera cita del Monte de El Pardo como cazadero real en el Libro de la Montería, mandado escribir por Alfonso XI.
Enrique III construye un pabellón de caza en 1405 a partir de lo cual pasa a considerarse propiedad Real, delimitándose en diferentes ocasiones durante el siglo XV y en 1470 la ley dice que “La caza de nuestro monte de El Pardo está vedada, prohibida y acotada”.
Finalmente es la Real Cédula de Felipe II, en 1571, la que determina su superficie y zonas de protección que son ampliadas mediante compras de terreno durante el siglo XVII.
La protección del Monte culminaría con la construcción de la actual tapia de casi 100 kilómetros de perímetro, durante el reinado de Fernando VI, que delimitaba la propiedad previniendo el furtivismo y la salida de los herbívoros salvajes que dañaban los cultivos adyacentes.
En el siglo XIX, durante la Guerra de la Independencia (1808-1814) se roturaron 2.000 hectáreas aproximadamente y se exterminó totalmente la caza.
Sería en 1875, reinando Alfonso XII, cuando se toman medidas para su recuperación, comenzando las primeras repoblaciones con animales seleccionados (gamos y jabalíes) y se protege la reproducción de los venados sobrevivientes.
La excesiva carga cinegética ha estado impidiendo la regeneración del encinar así como de la vegetación ribereña, lo que se ha traducido en una mayor carga de sólidos a los cursos fluviales, por eso, en 2012, desde la dirección de Patrimonio Nacional, se prohíbe la modalidad de descastes numéricos y selectivos sobre gamo, ciervo y jabalí, y se comienzan a sacar las reses del monte mediante capturas y retirada en vivo a matadero o a otras fincas con fines cinegéticos.
En la actualidad, el Monte de El Pardo sigue siendo el Coto Nacional de Caza número uno, aunque, paradójicamente, apenas hay actividad cinegética.
- Crecimiento urbano
La superficie urbanizada del territorio dentro del límite de las cabeceras de las cuencas de los arroyos afluentes al Manzanares, ha aumentado, en menos de 100 años, de 427 a 10.180 hectáreas.
El último dato podría haber sido mucho mayor si no se hubieran respetado los límites artificiales del Monte de El Pardo. Este crecimiento ha sido el causante del aumento de una serie de presiones sobre el sistema fluvial.