Poca profundidad y abundancia de pequeñas islas dentro del cauce. Características que hacían del río Manzanares el entorno perfecto para ser utilizado por las lavanderas. Un grupo social que, a pesar de estar bastante marginado, constituyó un importante sector laboral en Madrid desde finales del siglo XVI hasta comienzos del XX.

Lavanderas del Manzanares.

Fuente: mcu.es-fotografía de Otto Wunderlich (1914). Lavanderas del Manzanares

Ellas eran las encargadas de lavar la ropa de aquellos que podían permitirse este servicio. Su jornada comenzaba al alba, los esportilleros recogían la ropa sucia de las casas y las llevaban a los lavaderos. Aquí empezada una dura labor que consistía en frotar la ropa sucia con las manos, piedras o una plancha de lavado con agua fría –helada incluso en invierno- hasta que desaparecía la suciedad. Utilizaban una técnica que consistía en hervir la ceniza de las cocinas para convertirla en jabón. Ese agua grisácea se colaba caliente junto a la ropa más sucia y al penetrar a través del tejido, la ropa quedaba limpia y blanca. Esto es lo que se denominaba “hacer la colada”. Todo por un sueldo que, a principios del siglo XX, difícilmente alcanzaba las dos pesetas diarias.

Secaderos de ropa en el Manzanares

Secaderos de ropa en el Manzanares

Jornadas de sol a sol, encorvadas y con sus extremidades permanentemente húmedas, era normal que padecieran enfermedades como el reúma o la bronquitis. Junto a ellas, normalmente, sus hijos más pequeños que no recibían educación reglada. Por ese motivo, la reina Maria Victoria, esposa de Amadeo de Saboya creó, a finales del siglo XIX, el Asilo de las Lavanderas. Situado en lo que hoy ocupa la Glorieta de San Vicente, esta casa acogía a los menores de cinco años mientras sus madres trabajaban.

La labor de este grupo de mujeres -cuya edad oscilaba entre los doce y los más de setenta años- y la presencia de lavaderos que poblaban el río durante más de tres siglos, fueron idílicamente inmortalizados por un sinnúmero de artistas como Goya o Beruete, convirtiéndose en imágenes documentales de aquella época gracias a los pioneros de la fotografía. No se olvidaron de ellas tampoco novelistas y poetas como Ignacio Aldecoa, Pío Baroja o Arturo Barea, que las inmortalizaron recurrentemente en las páginas de sus obras.

Se cuenta que llegado el siglo XIX, llegaron a trabajar unas 4.000 lavanderas en el Manzanares, aunque este número iría descendiendo progresivamente con la llegada del agua corriente del Canal de Isabel II a las casas particulares de los madrileños, desapareciendo definitivamente su actividad en 1926 tras las obras de encauzamiento del río.

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